Richard Thaler, uno de los padres de la “economía del comportamiento” y quien fue galardonado con el premio Nobel de Economía, afirma que los seres humanos tomamos decisiones plagadas de sesgos, emociones y problemas de autocontrol.
Estas consideraciones psicológicas son las que marcan nuestras acciones cotidianas, alteran nuestras decisiones y provocan distorsiones e inexactitudes en todo nuestro comportamiento, incluyendo las decisiones financieras.
Vivir el momento
Los seres humanos preferimos la gratificación inmediata que la gratificación de largo plazo, aunque la segunda pueda tener mayor valor. Es precisamente por esto que la planeación para el retiro suele representar una tarea desagradable o difícil, y pensar en ello en ocasiones saca a relucir emociones negativas.
Efecto avestruz
Negamos o evadimos los temas que nos resultan desagradables o negativos, lo que nos conduce a la inercia y a la procrastinación. Ahorrar no es fácil, ni cómodo, por lo que preferimos guardarnos en nuestra zona de confort.
Auto-justificación
Es clásico que las personas nos desentendamos de cualquier conducta que nos resulte incómoda y justificarla, así la culpa nunca es nuestra. Justificamos la desidia de ahorrar por los problemas que creemos fuera de nuestro control. “No me alcanza” y “no gano lo suficiente” son algunos ejemplos de esto.
Exceso de confianza
Esto consiste en sobrevalorar nuestra capacidad intuitiva para razonar y hacer predicciones. La sobre confianza nos lleva a asumir que no requerimos tanto ahorro para nuestro retiro pues seremos capaces de generar ingresos en ese momento o tendemos a posponer la decisión de comenzar a ahorrar para el retiro asumiendo que en el futuro podremos “ponernos al corriente”.
Falta de autocontrol
Ahorrar para el retiro supone sacrificar consumo presente por consumo futuro. La inmensa mayoría de las personas, lamentablemente, no tienen la fuerza de voluntad necesaria para realizar ese sacrificio. La incertidumbre del futuro, desalienta la acción ya que nuestro futuro es desconocido, y pensar en él no siempre es placentero.
Aversión a la pérdida
Nuestro miedo de perder liquidez en el presente para posibles emergencias o eventos imprevistos puede impedir que ahorremos en vehículos de largo plazo, aun cuando hacerlo pueda proporcionarnos más dinero en el futuro. Aunque observemos que el ahorro a largo plazo es benéfico, guardar dinero al que no vamos a poder acceder durante décadas puede ser atemorizante.
Inclinación a la negatividad
¿Para qué ahorro si el dinero no me lo terminarán entregando”? “¿para qué invierto si puedo perder mi dinero?”, preguntas así rondan todos los días por la mente de las personas, responder desde la acertividad marca la diferencia.
Fuentes: Forbes, El País, El Economista, Consar